El régimen no veía con buenos ojos unas manifestaciones estéticas que hablaban en un lenguaje críptico que, sin duda, era subversivo y extranjerizante. Efectivamente, el desparpajo y la libertad con que estos pintores y escultores aplicaban la pintura y utilizaban la materia era ofensivo para unas instituciones que deseaban un arte academicista que exaltara los valores nacionales.
Por lo tanto, hacer arte abstracto a finales de los años cincuenta era algo más que adoptar una estética: suponía tomar una postura, arriesgándose a la reprobación en unos momentos políticamente difíciles. Es necesario recordar esto ahora, cuando los artistas españoles pueden servirse de cualquier tema, técnica, estilo o material con entera libertad, para comprender el sentido ético de esas posturas y las dificultades de todo orden que entrañaba tomarlas. Es necesario recordarlo además porque este museo, donde los cuadros y esculturas se contemplan serenamente, ubicados en los espacios singulares de este edificio gótico, podría inducir a formar una idea esteticista de unas obras que, en muchos casos, fueron enseña de vanguardismo y objeto de rechazo o desprecio crítico.
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